Todos Somos Conservadores

Tú y yo no somos mas que diminutas hormigas, peleando contra el desorden de nuestro alrededor, en medio de un universo que tiende al caos. Desde nuestro insignificante y unilateral punto de vista (el humano), siempre estamos tratando de minimizar sorpresas. Ese fue el cerebro que la evolución nos regaló.  Y cuando las sorpresas aparecen, aprendemos, esperando aplicar lo aprendido en nuestra próxima interacción con nuestro entorno, con la esperanza de sobrevivir. Bueno, tal vez no seamos "nosotros" como tal, sino nuestros genes, porque nosotros en realidad solo somos el vehículo que nuestros genes usan para perpetuarse a la posteridad. 

Si tan solo nuestra lucha contra el desorden fuera exenta de consecuencias. Cada vez que tratamos de reducir el desorden a nuestro alrededor (de reducir entropía), para reacomodar nuestro ambiente de tal manera que sea menos hostil para nosotros, en realidad estamos incrementando el desorden (la entropía) en el universo en general. Cuando arrasamos con bosques y selvas enteras para dedicar esa tierra para cultivos de consumo humano, y reducimos la amenaza de sufrir hambre (es decir, cuando reducimos entropía desde la perspectiva humana), en realidad incrementamos la entropía a nivel planetario, pues una masa incalculable de energía se disipa, y todo ese carbono liberado cuando matamos todos esos árboles contribuye al caos gaseoso en nuestra atmósfera.

Y sin embargo perseveramos en nuestra batalla con el desorden (al menos en nuestra mente). Constantemente intentamos construir una burbuja de estabilidad a nivel micro alrededor de nosotros, en nuestra constante guerra para expulsar el desorden de nuestra vida. Lo hacemos porque nuestra supervivencia depende de ello. Tu trabajo de 9 a 5 (el que te da de comer) no es más que un constante esfuerzo para desterrar la entropía de tu vida profesional: el cliente que no te pagó; el colega que habla mal de ti a tus espaldas; el reporte que salió publicado con la fecha errónea --cualquier (o cualquiera) que se oponga a nuestra meta de mantener el orden en nuestro trabajo. Nuestros trabajos no son más que una constante batalla contra la Ley de Murphy; nuestra (in)digna cruzada para desterrar la entropía local de nuestras vidas.

De cierto modo, tú y yo somos conservadores. Todos buscamos la forma para tratar de encontrar la cómoda satisfacción en un predecible "ahí". Un "ahí" que queremos (¡necesitamos!) encontrar con seguridad en el mismo lugar y en el mismo momento. Sin sorpresas. Sin entropía. En la misma tasa de café de las 7am cada día. En la misma caminata con tu perro de las 7pm. Lo hacemos porque tranquiliza. Porque nos brinda estabilidad. Y para algunos de nosotros, más que eso: nos brinda propósito.

Pero al mismo tiempo, en la misma genética que nos empuja a ser conservadores --a minimizar sorpresas-- coexiste un anhelo por algo más. Una rutina estable y absolutamente predecible degenera en un oscurantismo que nos roba el júbilo de vivir. Somos, después de todo, animales inquisitivos que buscan nuevas (y con algo de suerte, mejores) experiencias y aprendizajes. La exploración es, contradictoriamente, también parte de nuestra naturaleza. Y no estaríamos donde estamos (en la cúspide del árbol de la vida) si no hubiéramos explotado y aplicado esa curiosidad para beneficio propio.

Deseamos predictibilidad porque nos gusta acurrucarnos en la calidez de lo familiar. Pero no predictibilidad absoluta; de lo contrario nos sentiremos a la deriva. La familiaridad es conveniente, pero también aburrida y hueca. La buscamos en nuestras relaciones (con gente que comparte nuestros intereses); en las cosas que comemos (en los mismos 3-4 restaurantes a los que vamos siempre); en la manera en que nos informamos (en las burbujas de información que las grandes compañías tecnológicas construyeron para nosotros). Pero nuestro disgusto por las sorpresas también nos hace vulnerables. Armamos ambientes familiares y monótonos (sin sorpresas) en forma (también) de burbujas. De las cuales no nos atrevemos a salir, porque no queremos enfrentar estrés ni incomodidades. Esas burbujas pueden ser (y frecuentemente son) secuestradas, haciéndonos susceptibles de manipulación. Mientras la burbuja alrededor nuestro parezca estar intacta, ésta puede ser movida por una fuerza externa sin que nosotros nos enteremos. 

Cuando lidiamos con sorpresas, los Neurocientíficos definen 3 categorías:    

  • Incertidumbre Esperada. Como cuando vas a tu restaurante favorito y ordenas un platillo cualquiera (al azar). Tú sabes que no todos van a saber exactamente igual, pero como te conoces el menú al 100%, sabes que no habrá problema. Y estás tranquilo con esa incertidumbre esperada. Conoces el estilo de cocina del Chef. 
  • Incertidumbre Inesperada. Es cuando vas a tu restaurante favorito, pero el Chef cambió el menú. Tú no sabes que el menú cambió, pero al menos tienes un "modelo" mental en tu cabeza (conoces el estilo de cocinar del Chef) para estimar qué tan bueno/malo va a ser tu platillo. Todavía puedes confiar en tu "modelo", aprender de tu experiencia y aplicarlo en tu próxima visita al restaurant. No estás indefenso. Todavía puedes contar tu "mapa" mental y ayudarte a navegar la sorpresa. 
  • Volatilidad. Vas a tu restaurant favorito para darte cuenta que no solamente tu Chef ha cambiado, sino además que el restaurant va a invitar un Chef diferente cada semana. Tu "modelo" mental es basura ahora. No tiene caso tratar de aprender qué ordenar para la próxima vez. Cada ocasión habrá una sorpresa imposible de estimar. Ahora estás indefenso.  
Vivimos en la era de la volatilidad. Los mapas mentales que usamos en el pasado para minimizar sorpresas ahora son inútiles. Estos días, no tiene caso tratar de aprender de nuestro entorno para adaptarnos. Ya no podemos confiar en los medios para obtener información objetiva --no podemos aprender de las fuentes que antes usábamos para llevar una vida libre de sorpresas. No podemos tampoco confiar en el sucesor de los medios (las redes sociales), porque éstas han entrenado algoritmos hiperinteligentes (reforzados por supercomputadoras) para secuestrar mi cerebro y la percepción de mi realidad, por lo que no tiene caso tampoco confiar en Twitter, Facebook o Google para adaptarnos mejor a nuestro entorno. Tampoco en políticos populistas, que usan exactamente esos algoritmos para manipular mis emociones, instigar mis miedos y/o odio y enloquecernos cada elección para hacernos pensar que el mundo va a terminar a menos que vote por ellos. Ni siquiera puedes apoyarte en el pronóstico del tiempo, porque en nuestra batalla histórica contra el desorden local (y con el fin de alcanzar nuestras amadas y modernas comodidades) hemos desatado el caos planetario, incendios apocalípticos, (en ambos hemisferios), y plagas de langostas de proporciones bíblicas

Y luego la peor pandemia en un siglo nos golpea.

Y luego el peor colapso económico en un siglo nos golpea. 

Y luego los peores disturbios sociales en medio siglo nos golpean.

Así que yo no te culpo si te sientes indefenso. Las diminutas hormigas solían esforzarse de sol a sol construyendo su modesto hormiguero (peleando contra el desorden del rededor), hasta que un hijo de puta vino y de un pisotón aplastó todo simplemente porque podía. Al Chef del restaurant lo ha reemplazado un chimpancé maniático, que está enrabiado y lanzando heces por la ventana de la cocina. Y mientras tanto, tú estás ahí, aturdido, sin saber lo que está pasando; tratando de procesar todo. Intentando seguir tu obsoleto mapa mental. Pensando todavía que te puedes sentar en paz a disfrutar tu platillo. (Lamento decirlo: No vas a poder)

Un anhelo masivo por el regreso a la normalidad emerge por todo el mundo. Todos somos conservadores en este sentido. Estos días, lo único que queremos es simplemente regresar todo a como era antes. 

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